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La depresión, que aparece con frecuencia en la crisis de la mitad de la vida, está experimentando un rápido aumento. Las estadísticas concluyen que el riesgo para los nacidos después de 1955 es tres veces mayor al que tenían sus abuelos. La palabra de-presión significa represión y se refiere a las energías vitales. Pero a la larga las energías vitales no se pueden reprimir, sino que regresan en forma de presión.

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Lo que se ha reprimido durante un largo tiempo oprime, lo que se ha retenido empuja. Así, la agresividad representa un papel importante en el cuadro global de la depresión. Desde fuera apenas se percibe fuerza vital en los afectados, lo que se debe a que dirigen esa energía hacia dentro, contra sí mismos. El paso terapéutico evidente sería moverlos a descubrir su energía vital. Ya es un progreso, potencialmente peligroso en todo caso, que en un primer paso empiecen a dirigir hacia fuera esas energías agresivas.

Porque al desviar la energía hacía sí mismos se quitan ya ampliamente la vida; si dirigen esa carga hacia fuera se vuelve incómoda para los demás, y en determinadas circunstancias, incluso amenazadora. Por suerte existe la posibilidad de transformar esas energías en fuerzas constructivas y ponerla a disposición del cambio de la vida. En caso de depresión en la mitad de la vida, esto significaría aprovecharlas para un retorno valioso y para el camino pendiente con sus desafíos.

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Literalmente, en la palabra de-presión también se puede leer ‘fuera de la presión’. La depresión expresa lo correcto -como todos los cuadros patológicos: fuerza la relajación y el abandono a nivel físico. En el punto culminante de su vida, el que ha acumulado tesoros vive con el temor de perderlos cualquier día. Si quiere impedirlo, tiene que cuidar de administrarlos y seguir enraizado en el mundo. El depresivo busca sin duda la relajación, pero de forma problemática; en tanto que inconscientemente, estira los miembros y los deja colgando.

De hecho, su tensión física y psíquica cede de tal modo que a veces ya no siente impulso y energía vital alguna. El flujo de la fuerza vital casi se extingue, tanto en sentido concreto como figurado. La depresión es una forma de hacerse el muerto, un intento de suicidio que no se lleva a cabo de forma concreta.

La idea de la muerte, que con frecuencia acompaña a la depresión, es, como todo síntoma, adecuada y, a su manera, armoniosa. De hecho se trata de dirigir la vista hacia la muerte, la próxima gran crisis vital. Pero esto presupondría ya el cambio de dirección. En este sentido, los pensamientos en torno al suicidio van en la dirección correcta y hacia el próximo gran tema. En todo caso, la confrontación con la muerte también sería posible en formas más relajadas.

En la terapia de la depresión, hay que ver cuál de los dos temas está en primer plano. Si es la represión de la agresión, la terapia irá hasta provocar una explosión. Si se trata de librarse de la tensión interna en el plano psíquico en vez de lo físico, habría que trabajar más bien hacia una implosión, en la que las energías se mueven hacia dentro. Pero en cualquier caso, hay que proceder a una confrontación con la muerte y la reducción a lo esencial.

La represión de la problemática mediante psicofármacos no sólo no aporta nada al camino vital sino que, al contrario, lo obstaculiza y a veces incluso lo impide. Prescribir un incremento químico del impulso en forma de pastillas no es correcto y no devuelve más rápidamente el orden al afectado, por no hablar de curarle. Incluso puede empeorar la situación, puesto que eso aparta a los afectados de la necesaria confrontación con su mortalidad y su soledad esencial. Desde ese punto de vista, no es sorprendente que los depresivos deban tomar sus medicinas durante períodos interminablemente largos. Pero aplazar no es lo mismo que eliminar. Y el tema que acecha tras la depresión sigue sin ser elaborado y oprime y aplasta.

Pero eso no quiere decir que los psicofármacos sean inadecuados en todos los casos. A menudo pueden salvar vidas y preservar del suicidio a alguien, pero no pueden curar una depresión.

About the Author: Dr. Josep Mª Fàbregas

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Especialista en adicciones y director psiquiatra del centro de adicciones y salud mental Clínicas CITA. Inicié mi carrera profesional en el Hospital Marmottande París, donde trabajé con el Profesor Claude Olievenstein. Posteriormente me trasladé a Nueva York y, tras varios años de experiencia profesional, en 1981 fundé CITA (Centro de Investigación y Tratamiento de las Adicciones) con el objetivo de desarrollar un modelo de comunidad terapéutica profesional, el cual lleva 32 años en funcionamiento.

Autor: Comunicación Clínicas CITA