El infierno y el cielo

Marta inició el taller de socioterapia de los viernes :

– Antes de nada, me gustaría hacer una ronda para saber cómo ha ido la semana desde un punto de vista terapéutico.

Los pacientes fueron contestando uno a uno. Juanjo esperó su turno y respondió:

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– No me gusta usar parábolas cuando puedo describir mi estado emocional, pero hay un breve cuento japonés que describe perfectamente quién era, quién soy y cómo me siento.

En la época feudal, un señor de la guerra pasaba cerca de un monasterio. Aquel guerrero, con fama de cruel y de no tener ningún respeto por los seres humanos, quiso entrar en el recinto para competir mentalmente con el abad, que era reconocido como una de las personas más inteligentes de Oriente.

Acompañado de los monjes más sabios y de los de mayor edad, el abad le recibió.

El señor feudal, que quería impresionar a su tropa y demostrarles su poder e inteligencia, le preguntó al monje cuál era la diferencia entre el infierno y el cielo.

El abad ni siquiera le miró. Cerró los ojos y entró en un corto pero intenso estado de trance. Meditaba para obtener una respuesta correcta.

Pero el señor feudal, impaciente y arrogante, le apremió a contestarle. Incluso llegó a pensar que el abad no tenía la respuesta. Había ganado la partida, pensó, pero no soportaba la indiferencia del monje. Además, como no sabía con certeza lo que ocurría en la mente del monje, se levantó y desenfundó la espada.

– ¿Quién te has creído que eres, monje insolente? – le espetó iracundo, con la espada en alto. Te voy a cortar el cuello.

El sabio, sin perder la compostura, se dirigió entonces al guerrero con una mirada bondadosa y le dijo:

– Señor, esto que sentís vos ahora es el infierno.

El señor de la guerra entendió que su actitud era desafiante y altanera. Entonces, miró al monje y se disculpó, sentándose al lado de su tropa.

El abad, simplemente, concluyó:

– Y esto que sentís ahora es el cielo.

Un silencio invadió la terapia. Juanjo se había descrito y había reconocido sus errores de conducta del pasado. Todos entendieron que el mundo vivido con drogas es un infierno y que vivir tranquilo, perdonando, sin una actitud prepotente y abstinente era el cielo.

Marta sonrió a Juanjo de forma sutil y dándole a entender que, por fin, había entendido lo que la terapeuta vio en él semanas antes, cuando llegó a CITA, y en lo que se había convertido. Juanjo era un señor de la guerra. Ahora ya no. Y estaba contenta.

– Muchas gracias grupo. Buen fin de semana. Lo dejamos aquí.

Autor: Comunicación Clínicas CITA

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